La fe es el lazo que nos une a Cristo. El punto de unión con él. Nuestra adhesión voluntaria a su persona y a su misión histórica liberadora. Es comprometernos con Cristo y con su causa. Creer en Cristo es esforzarse en seguir sus pisadas. Es fiarse de él; estar seguros de que nunca nos fallará. Creer es esperarlo todo de él. Es no sentir miedo ante el futuro y la muerte, porque sabemos que él siempre estará con nosotros. Creer es sentirse pequeño, pero fuerte en Cristo. Creer es verle hoy presente en todos los hombres, especialmente en los más necesitados y en los más comprometidos. Creer es vivir la hermandad que nos ganó Cristo y luchar para que cada vez seamos más auténticamente hermanos. Creer en Jesucristo es amarle en el prójimo, de obras y de verdad. Es comprometerse como Él en la liberación de los oprimidos. La fe es creer cuando casi no queda esperanza, aunque ni un solo destello de luz persista, dejando penas, dudas y desconfianza a los que no viven más que por vista. La fe es confiar en la Palabra de Dios sin más, aunque parezca que Él se ha olvidado; negarse a ser un incrédulo como Tomás, sin buscar señal ni lamentar tu estado. La fe es creer en Dios y aferrarse a las promesas de un futuro que algún día llegará. La fe es el coraje para confiar sin sospechas en que todo cuanto anhelas algún día alcanzarás. La fe no consiste meramente en desear, creer o albergar alguna esperanza. Es más bien estar seguro, tener una certeza absoluta. Hoy en día, hemos perdido el concepto de la fe. Actualmente esa palabra tiene la connotación de una especie de creencia vaga e imprecisa en algo. En Hebreos 11:1 dice: «Es, pues, la fe la certeza, es decir, el título de propiedad de lo que se espera...» «Sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que lo hay, y que es galardonador de los que le buscan diligentemente» (Hebreos 11:6)
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